martes, marzo 23, 2010

El infierno de Dante

Aquí el tiempo es fluido —dijo el demonio.

Supo que era un demonio en el mismo momento en que lo vio. Simplemente lo sabía, del mismo modo que sabía que aquel lugar era el infierno. Ninguno de los dos podría haber sido otra cosa.

La habitación era alargada, y el demonio esperaba junto a un brasero humeante situado en el otro extremo. De las pare des de piedra gris colgaban multitud de objetos, objetos que no habría sido prudente ni tranquilizador inspeccionar de cerca. El techo era bajo, el suelo, extrañamente insustancial.

—Acércate más —dijo el demonio, y el hombre obedeció.

El demonio estaba flaco como un fideo e iba desnudo. Tenía muchas cicatrices, y parecía que le hubieran arrancado la piel en un pasado remoto. Tampoco tenía orejas, ni sexo. Sus labios eran finos y tenían un aire ascético; sus ojos eran demoníacos: habían visto demasiado y habían llegado demasiado lejos, su mirada hacía que el hombre se sintiera más insignificante que una mosca.

—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó.

—Ahora —replicó el demonio, con una voz que no denota ba pena, ni tampoco deleite, tan sólo una rotunda y atroz re signación— vas a ser torturado.

—¿Por cuánto tiempo?

Pero el demonio se limitó a menear la cabeza y no respon dió a la pregunta. Empezó a caminar despacio a lo largo de la pared, paseando su mirada de objeto en objeto. En el extremo más alejado de la pared, junto a la puerta cerrada, había un lá tigo de nueve correas hecho de alambres pelados. Con una mano en la que sólo había tres dedos, el demonio lo descolgó de la pared y volvió junto al hombre, transportando el macabro instrumento con suma ceremonia. Colocó las correas de alam bre sobre el brasero y se quedó mirando cómo se calentaban.

—Eso es inhumano.

—Sí.

Los extremos de las nueve correas empezaban a adquirir un tono anaranjado.

Mientras alzaba el brazo para asestar el primer latigazo, dijo:

—Dentro de algún tiempo recordarás todo esto con cariño, incluso este momento.

—Eres un mentiroso.

—No —replicó el demonio—. Lo que viene después es peor —le explicó, justo antes de azotarle.

Entonces, las correas del látigo se estrellaron contra la es palda del hombre, desgarrando sus caras ropas, que ardían y se hacían tiras al contacto con los alambres incandescentes, y el hombre profirió un grito. Pero la cosa no había hecho más que empezar.

En las paredes esperaban aún doscientos once instrumen tos de tortura y, a su debido tiempo, habría de probar cada uno de ellos.

Cuando, por fin, la Hija del Lazareno, a la que había llega do a conocer muy íntimamente, fue limpiada y colocada de nuevo en la pared en el puesto doscientos doce, entonces, con una mueca de dolor, masculló:

—Y ahora, ¿qué?

—Ahora —respondió el demonio— es cuando viene el do lor de verdad.

Y así fue.

Todo cuanto había hecho en su vida y que habría sido mejor no hacer; cada mentira que había dicho —ya fuera a sí mismo o a otros—; cada pequeño dolor que había infligido, y los grandes también... cada uno de ellos iba siendo extraído de su interior, detalle a detalle, centímetro a centímetro. El demonio le fue arrancando a tiras la piel del olvido, desnudándolo hasta dejar sólo la verdad, y aquello le dolió más que cualquier otra cosa.

—Dime qué pensaste cuando ella salió por la puerta —dijo el demonio.

—Pensé que mi corazón estaba roto.

—No —replicó el demonio, pero en su voz no había odio—, no fue eso lo que pensaste.

Se le quedó mirando fijamente con sus inexpresivos ojos, y él no tuvo más remedio que apartar la vista.

—Pensé: ya nunca sabrá que he estado acostándome con su hermana.

El diablo seguía diseccionando su vida, momento a mo mento, cada instante. Aquello duró unos cien años, o quizá mil —tenían todo el tiempo del mundo— y cuando se acercaba ya el final, se dio cuenta de que el demonio le había dicho la ver dad: la tortura física había resultado más llevadera.

Y terminó.

Y una vez hubo terminado, volvió a empezar de nuevo. Sólo que ahora se conocía a sí mismo como no se había conoci do nunca, lo que de alguna manera lo hacía todo aún más inso portable.

Ahora, mientras hablaba, se odiaba con toda su alma. Ya no había mentiras, ni evasivas, ni sitio para otra cosa que no fue ran el dolor y la ira.

Estaba hablando. Había dejado de llorar. Y cuando terminó, unos mil años más tarde, rezó para que el demonio fuera hasta la pared y cogiera el cuchillo de despellejar, la pera oral o las empulgueras.

—Otra vez —dijo el demonio.

El hombre empezó a gritar. Estuvo gritando mucho tiempo.

—Otra vez —volvió a decir el demonio cuando hubo ter minado.

Era como pelar una cebolla. Esta vez, al revisar su vida, comprendió que todo tiene sus consecuencias. Vio el resultado de las cosas que había hecho, resultado del que no era cons ciente mientras las hacía; las mil maneras en que había dañado al mundo; el mal que había hecho a personas a las que no co nocía y con las que jamás se había tropezado. Era la lección más dura que había aprendido hasta ese momento.

—Otra vez —repitió el demonio, mil años más tarde.

El hombre se puso en cuclillas, junto al brasero, meciéndo se levemente, con los ojos cerrados, y relató la historia de su vida, reviviéndola según la iba contando, desde su nacimiento hasta su muerte, sin alterar nada, sin dejarse nada en el tinte ro, haciendo frente a todo. Abrió su corazón de par en par.

Cuando terminó, se quedó allí sentado, con los ojos cerra dos, esperando oír de nuevo aquella voz: «Otra vez». Pero el demonio permanecía en silencio. Abrió los ojos.

Se puso en pie, despacio. Estaba solo.

En el extremo opuesto de la habitación había una puerta abierta. Un hombre cruzó la puerta. Su rostro denotaba pavor, y también arrogancia y orgullo. El hombre, que iba vestido con ropa cara, avanzó vacilante unos cuantos pasos y luego se de tuvo.

Cuando vio al hombre, lo comprendió todo.

—Aquí el tiempo es fluido —le dijo al recién llegado.



Sígueme por el camino de la piel
y arráncame de cuajo el corazón
que todos los colores que te dije ayer
han coloreado el camino a recorrer,
y no dejan de crecer en mi mente
los fantasmas y lagañas de mala muerte ahh.

Y déjame crecer a tu lado estaré bien
no me sueltes, no me sueltes
y déjame creer en que todo saldrá bien
no me sueltes, no me sueltes

Mírame y no digas nada esta vez
Que el silencio nos ayudará a entender
De todas las palabras que se dicen sin saber
Deberían ser borradas del papel
O que no vuelvan otra vez a mi mente
los fantasmas y lagañas de mala muerte ahh

Y déjame crecer, a tu lado estaré bien
no me sueltes, no me sueltes.
Y déjame creer en que todo saldrá bien
no me sueltes, no me sueltes.

y déjame crecer, y déjame creer
no me sueltes, no me sueltes.

Neil Gaiman "Los otros"
Música: Alis "No me sueltes"

jueves, marzo 18, 2010

El Constructor de Mapas




Hace casi dos mil años, hubo un emperador en China que vivía obsesionado por la idea de cartografiar sus dominios.Había mandado levantar una maqueta a escala de China en una isla construida a tal efecto en uno de los lagos de su imperial hacienda, isla cuya construcción le costó una fortuna y la vida de varios de sus súbditos (las aguas de aquel lago eran frías y profundas). En dicha isla, las montañas eran del tamaño de una topera y los ríos como el más pequeño de los arroyos. El emperador tardaba una hora entera en recorrer el perímetro de su isla.

Cada mañana, con las primeras luces del alba, un centenar de hombres nadaban hasta la isla para reparar y reconstruir con sumo esmero cualquier detalle que hubiera podido verse alterado por las condiciones meteorológicas, las aves o una crecida inesperada de las aguas del lago; también eliminaban o remodelaban aquellas áreas que representaban territorios que habían sufrido inundaciones, terremotos o corrimientos de tierras, para que la maqueta fuera en todo momento una réplica exacta de la realidad.

Durante casi un año, el emperador se dio por satisfecho con esto, pero después sintió renacer de nuevo el descontento y, en el duermevela que precede al sueño, comenzó a idear otro mapa, pero esta vez a escala uno: cien. Es decir, un mapa que reproduciría todas y cada una de las cabañas, casas y palacios del Imperio, cada árbol, cada monte y cada animal, a una centésima parte de su tamaño.

Era un proyecto titánico, y hacerlo realidad supondría esquilmar las arcas del Imperio. Harían falta más hombres que estrellas hay en el firmamento: cartógrafos, topógrafos, agrimensores, censistas, pintores; y también maquetistas, alfareros, albañiles y artesanos. Serían necesarios al menos seiscientos soñadores profesionales para revelar la naturaleza de cuanto permanece oculto bajo las raíces de los árboles y en la profundidad de las más profundas cuevas y fosas marinas —pues el mapa, para ser perfecto, debería contener no sólo el Imperio visible, sino también el invisible.Ése era el proyecto que tenía en mente el emperador.

El ministro de su mano derecha trató de disuadirle una noche, mientras paseaban por los jardines del palacio, bajo una inmensa luna dorada.

—Debo advertir a su Alteza Imperial —comenzó el mi-nistro de la mano derecha— de que esta nueva empresa es...

Y en este punto, le faltó valor para seguir. Una carpa plateada turbó la superficie del estanque, rompiendo el reflejo de la dorada luna en mil lunas diminutas y, después, aquellas lunas volvieron a fundirse para formar un solo reflejo dorado, que quedó flotando sobre las aguas teñidas de cielo, un cielo tan rabiosamente purpúreo que a nadie podría parecer negro.

—¿Imposible? —preguntó el emperador, en tono afable.

Cuando un emperador o un rey se muestra así de afable, hay que echarse a temblar.

—Todo cuanto el emperador desea es siempre, y por su propia naturaleza, posible —replicó el ministro de la mano derecha—. No obstante, será oneroso. Para sufragar un mapa de esas características haría falta todo el tesoro imperial. Su Majestad tendría que evacuar ciudades y aldeas enteras para poder disponer de un lugar donde construirlo. Sus herederos serían demasiado pobres para gobernar el país que Su Majestad les legaría. Como consejero suyo que soy,faltaría a mi deber si no le advirtiera del riesgo que corre.

—Es posible que tengas razón —dijo el emperador—. Es posible. Pero, aun suponiendo que siguiera tu consejo y me olvidara del mapa, la idea me atormentaría de por vida, y me impediría paladear la comida y el vino. El emperador se detuvo. Desde un lejano confín de los jardines, les llegó el canto de un ruiseñor. —Pero este mapa —le dijo el emperador, en tono confidencial— no es más que el principio. Porque, antes incluso de que esté terminado, volveré a sentir este mismo anhelo y empezaré a fraguar la que ha de ser mi obra maestra.

—¿Y cuál es esa obra maestra? —preguntó, cauteloso, el ministro de la mano derecha.—Un mapa de mis dominios en el que cada casa estará representada por una casa a tamaño natural; cada montaña, por una montaña de igual altura; cada árbol, por un árbol del mismo tamaño y especie; cada río, por un auténtico río; y cada hombre, por un hombre de carne y hueso.

El ministro de la mano derecha se inclinó con gran ceremonia y siguió al emperador hasta el palacio imperial, manteniendo en todo momento la distancia de rigor, y sumido en una profunda reflexión.

Cuentan las crónicas que el emperador murió mientras dormía. Así consta en el archivo imperial y así sucedió, aunque cabría señalar también que alguien le asistió en su último trance; y a su hijo primogénito, que le sucedió en el trono, no le interesaban lo más mínimo los mapas ni la construcción de mapas.

La isla que había en mitad del lago fue transformada en una reserva de aves salvajes. Perforaron las diminutas montañas de barro con el pico para hacer sus nidos, y las aguas del lago fueron erosionando la isla y, con el tiempo, la deshicieron por completo, y sólo quedó el lago.

El mapa desapareció, y también su constructor, pero el país siguió viviendo.

Neil Gaimann "Objetos Frágiles"
Música: Armand Amar "La Génèse"

miércoles, marzo 17, 2010

Amén





Claro que lo se
lo tengo más que claro
los días raros son muchos
y los días buenos raros
duró la efímera rosa
lo que duran los suspiros
lo que una mariposa
dura fuera del Retiro.

Y aunque no haya una razón,
todos a sus puestos
La vida puede que no
se ponga mucho mejor que esto
por una vez que no duele,
todo el mundo a bordo
que la pena cante hoy en oidos sordos.

Claro que también
melancolía manda
con su pluma minuciosa
deshace afanosa lo que uno anda.
Dejemos que esa nostalgia
nos bese la cara seca
como el sol de los domingos
besa la plaza de Chueca.


Y aunque no haya una razón,
todos a sus puestos
La vida puede que no,
se ponga mucho mejor que esto
por una vez qeu no duele
todo el mundo a bordo
que la pena cante hoy en oidos sordos.

Jorge Drexler "Todos a sus puestos"

viernes, marzo 12, 2010

El Secreto de la Felicidad



"Cierto mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el secreto de la felicidad. El joven anduvo 40 días por el desierto hasta que llegó a un hermoso castillo en lo alto de la montaña, allí vivía el sabio que buscaba. Sin embargo en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala y vio una actividad inmensa: mercaderes que entraban y salían, personas conversando en todos los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo. El sabio conversaba con todos y el joven tuvo que esperar dos horas para que lo antendiera. El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el secreto de la felicidad. Le sugirió que diera un paseo por su palacio y volviera dos horas más tarde. Pero "Quiero pedirte un favor" añadió el sabio entregándole una cucharita de te en la que dejó caer dos gotas de aceite". "Mientras caminas, lleva esta cucharita y cuida que el aceite no se derrame".
El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio, manteniendo los ojos siempre fijos sobre la cuchara. Pasadas las dos horas retornó a la presencia del sabio. "¿Qué tal?", preguntó el sabio. "¿Viste los tapices de persia que hay en mi comedor?, ¿Viste el jardín que el maestro de los jardineros tardó 10 años en crear? ¿Reparaste en los viejos pergaminos de mi biblioteca?. El joven avergonzado confesó que no había visto nada. Su unica preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el sabio le había confiado. "Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo", dijo el sabio."Porque no puedes confiar en un hombre si no conoces su casa".
Ya más tranquilo el joven tomó nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes. Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar. De regreso a la presencia del sabio le relató detalladamente todo lo que había visto. "¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié?", preguntó el sabio. El joven miró la cuchara y se dio cuenta que la había derramado."Pues este es mi único consejo", le dijo el sabio de los más sabios. "El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara".




¿cuántas cosas dejan huella?
¿cuántas cosas se recuerdan?
¿cuántas brillan en el tiempo aunque no están?
¿cuántos rastros? ¿cuántas cosas?
¿cuánto al fin es lo que importa?
¿qué momento en la vejez te abrigará?

un parto una sonrisa una ilusión
aquel abrazo una canción
la lluvia dibujada en el cristal
un beso una caricia la emoción
de aquel encuentro una razón
la tarde que desgasta la ciudad

¿cuántas cosas dejan huella?
¿cuántas cosas se recuerdan?
¿cuántas brillan en el tiempo aunque no están?

la plaza roja un cuadro de van gogh
aquella extraña palidez
una ciudad torcida un resplandor
un niño que dormita en un rincón
toda esa torpe dejadez
la prisa incontrolada del reloj

¿cuántos rastros? ¿cuántas cosas?
¿cuánto al fin es lo que importa?
¿qué momento en la vejez te abrigará?

la luna y esa dulce sensación
de amarlo todo de una vez
las brasas que aún incendian la pasión
la calle la cornisa y el balcón
el mapa mudo de tu piel
el fruto merecido del amor

¿cuántas cosas dejan huella?
¿cuántas cosas se recuerdan?
¿cuántas brillan en el tiempo aunque no están?
¿cuántos rastros? ¿cuántas cosas?
¿cuánto al fin es lo que importa?
¿qué momento en la vejez te abrigará?

Pedro Guerra "Huellas"

domingo, marzo 07, 2010

The High Cost of Living


Antes de escribir estas líneas llevaba un rato preguntándome por qué iba a hacerlo y la verdad no lo tengo muy claro aún. Ya ha llovido (y mucho) desde que subí la última entrada, desde que pensé que tenía algo que contarme o contarle al pingüino. Han pasado...¡Guau, 8 meses!. En estos días he conocido otras partes del mundo, me he relajado tomando el sol con la única preocupación de alimentar casi todos los instintos básicos y he vuelto a poner la maquinaria de nuevo en movimiento. ¡Madre mía y ya ha pasado el primer cuatrimestre!. Y la verdad es que las cosas no han ido nada mal. Por pasar, hasta es probable que dentro de muy poco tenga por fin mi propio rincón y es que ya iba tocando...
El tiempo pasa y rápido pero como he leído ultimamente "Este hoy es aquel mañana que ayer te pareció tan inquietante". Y esa si que es una de las cosas más importantes que he aprendido durante estos meses, a irle perdiendo el miedo poquito a poco a la incertidumbre, a intentar que las avejas no me piquen y a no llevar barro siempre encima; pero si me pican, aprender de ello, porque creo que se puede aprender de todo en la vida. El haber estado jugueteando con Hades imagino que me habrá ayudado a abrir un poco los ojos, a confirmar que si la sangre sigue brotando, sigue habiendo vida, a que para poder ganar, hay que saber perder.
Muchos de los esquemas o las tonterías del mueble bar como dicen por ahí que tengo se me han puesto patas arriba y me han escupido a la cara, sacándome la lengua y burlándose de mi. Y los que quedarán todavía por caerse...No se si eso es síntoma de madurez, de evolución o de crecimiento; lo que si sirve aún de cobijo, es mirar al interior y saber que lo fundamental, lo realmente importante sigue estando ahí, que en esencia sigo siendo la misma persona.
Mis andamios son los mismos, año tras año, lágríma tras lágrima y alegría tras alegría. Mirar a los ojos de una de las personas que más quiero y verla feliz como nunca la había visto en mi vida...¡Buff, sólo por eso merece la pena todo este tinglao! Ver como crece la semilla que plantaron otros y hunde sus raíces fuertes en la tierra, es sencillamente emocionante. Abrazar con todas tus fuerzas y descubrir unos ojos grises que te miran irradiando vida contra viento y marea...te hace replanteártelo todo.
Este camino quizás no es tan complicado, estamos invitados a vivir y a morir. No hay que empeñarse demasiado ni en lo primero, ni en lo segundo. Eso si, en muchos casos hay que cambiar el enfoque de la vida porque algunas personas pasan por ella disfrutando de los entremeses y las guardiciones, pero el primer plato no llegan nunca a conocerlo. Vivir no es sólo existir, sino existir y crear, saber gozar y sufrir y no dormir sin soñar.
Así que desde hoy, voy a hacer el intento de poner boca abajo las tardes de domingo, zarandearlas y a ver que caen de sus bolsillos, que algún día quien sabe, pueda encontrarme un tesoro...




Del alba el rosa,
de Drácula lo rojo,
domingo la bici,
domingo el reposo,
del viento la brisa,
tu cara, tu sonrisa,
despierto tras la siesta,
tenderé la ropa.
La ropa se seca,
regaré las plantas,
cortaré las hojas
o las dejaré largas,
legañas en los ojos,
lentejas en remojo,
me miras el trasero,
mmm, y lo meneo.

Julio en la onda,
cinco de la tarde,
leche con galletas,
yo dentro del pijama,
empieza la jornada,
¿qué tal el partido?
Mi equipo ya ha marcado,
casi siempre gana.
Bajo la manta,
mi niña acurrucada,
el sofá es como una balsa,
el salón en la penumbra,
alquilamos una peli
y acabamos en la cama.

Jugando a vaqueros
y haciendo un poco el indio,
pito pito gorgorito,
que me voy,
que ya me he ido,
que ya he vuelto,
que sí, que sí, que sí,
que a tu lado como un crío,
y a tu lado lo rizo,
a tu lado la crema,
a tu lado lo subo, lo elevo,
lo asciendo, lo huelo y lo planeo,
peinando las nubes, sí,
pintando el suelo.

Hecho lo hecho
y dicho lo dicho,
prepararé la cena,
porque estaba escrito,
porque estaba escrito,
porque estaba escrito,
verdurita buena sí.
En un dos por tres o
en un tres por cuatro,
tu cara, tu retrato
en mi corazón,
guardado entre sedas
como las estrellas,
brillo a tu sol.

Dale gas,
es natural, es bueno,
y si es bueno
es natural que sí,
es natural y es bueno,
y si es bueno yo juego.
Dale gas,
es natural, es bueno,
y si es bueno
es natural que sí,
es natural y es bueno,
y si es bueno yo juego.

Dale gas, dale gas, sí
dale gas, dale gas, sí,
dale gas, dale gas, dale gas, sí,
dale gas, dale gas, dale gas, sí,
dale gas, dale gas, sí,
dale gas, dale gas, dale gas, sí,
dale gas, dale gas, dale gas, sí,
dale gas, dale gas, dale gas, sí,
dale gas, dale gas, dale gas, sí.

Facto Delafé y Las Flores Azules "El Indio"