viernes, diciembre 28, 2007

Con un canto en los dientes

Es cierto que en estas fechas se nos suele instalar un filtro a través del cual vemos la realidad desde un punto de vista más amable (qué pena que esto no dure todo el año, mejor nos iría a todos), o bien nos tornamos más meláncolicos, echamos de menos a la personas que ya no están, o nos da un repentino ataque de euforia o de aquello que llaman "espíritu navideño", que nunca he sabido muy bien que es y nos dedicamos a repartir risas, abrazos, besos y lágrimas por los cuatro rincones del mundo (otra práctica que no estaría de más hacer el resto del año para fortalecer el corazón, además de hacerlo latir saliendo a correr).
Puede que sea por ese filtro o predisposición del ambiente, o quizás porque disponemos del tiempo y el tener la suerte de poder ver a personas que no ves muy a menudo o una amalgama de todo lo anterior lo que nos permite darnos cuenta, a retazos, de nuestro lugar en el mundo y en el mundo de esas mismas personas. Alguien, hace tiempo, me hizo ver lo afortunado que era y dentro de mi pesimismo-realismo intenté hacer que esa idea fuera parte del motor que tirara de mi cada día. Pero como casi todo en la vida, debes experimentarlo y creerlo tu mismo para que comience a hacerse realidad y el hecho es que, hoy por hoy, me considero uno de los tipos más afortunados del mundo.
Muchos de los que leen estas lineas hacen que eso sea posible, porque sois los puntos cardinales que me enseñasteis a leer mi propio mapa del mundo, a encontrar poco a poco dónde estaba mi lugar sin dar consejos, a ser la mano que da sin recibir como dirían por ahí...cosas que no se pueden comprar en El Corte Inglés, pero que vienen envueltas con la luz de lo cotidiano o de un abrazo "oso" sincero y desmedido.
Para todos y cada uno de los lectores de mis paridas, un sincero abrazo, y que el próximo año traiga SALUD (eso sobre todo, no hace falta que sea sólo el día de la Lotería) y AMOR.
Y para mis "puntos cardinales", estas palabras de Tontxu que tanto dicen en tantos momentos, y que yo no sabría expresar mejor.

Con un canto en los dientes 
vaya suerte que tengo de tenerte a mi lado.
Y por eso te escribo canciones que luego te mando,
en vez de postales
que yo qué sé cuando caerán en tus manos.
Y cómo dirán mis palabras tus labios.

Con un canto en los dientes.
Nada más conocerte empecé a conocerme.
Aprendí que la vida es vivir sin pensar demasiado.
Reirse de todo, vivir el presente, aprender del pasado.
Y no arrepentirse de haberlo bailado.

Con un canto en los dientes
la vida se ve diferente
y se espantan mis males de aquí
de una vez para siempre.
Con un canto en los dientes
me doy desde que te conozco.
Qué tener un amigo
es tener además un tesoro.

Con un canto en los dientes.
Con el paso del tiempo no quisiera perderte,
porque no sé muy bien
lo que haría sin ti por las tardes.
Con quién quedaría en pasar a buscarle
después de sus clases.
Y a quién mentiría cuando llego tarde.

Con un canto en los dientes.
Amarillos de tanto esperarte fumando
en el bar donde ponen aquel café descafeinado
con doble de espuma y poco cargado.
Nos sirve de excusa pedir otro más
y me sigues contando.
Tontxu"Con un canto en los dientes"

miércoles, diciembre 12, 2007

Se va, se va...


...se fue
¡Ya llega, se acerca, ya está aquí! ¡Que ganas tengo de verle en directo!. ¡Cuantas y cuantas veces habré tarareado esta canción y otras tantas joyas que ha creado este genio!. Historias cotidianas y universales susurradas con una sensibilidad desbordante que acarician el oido y curan y hacen crecer el alma. Practicamente dos años después, de nuevo, gracias por descubrírmelo, cultivador de habas.




Con el anhelo dirigido hacia ti
yo estaba sólo, en un rincón del café
cuando de pronto oí unas alas batir,
como si un peso comenzara a ceder,

se va,
se va,
se fue…

Tal vez fue algo de la puesta de sol,
o algún efecto secundario del té,
pero lo cierto es que la pena voló
y no importó ya ni siquiera porqué,

se va,
se va,
se fue…

Algunas veces, mejor no preguntar,
por una vez que algo sale bien,
si todo empieza y todo tiene un final,
hay que pensar que la tristeza también

se va,
se va,
se fue…

Jorge Drexler "Se va, se va, se fue"

domingo, diciembre 02, 2007

Diciembre...Navidad


"Querida Mathilda,

Ayer pasé la tarde entera dando vueltas por la ciudad en busca de los regalos navideños para los niños y para las personas queridas. Las calles estaban llenas de gente y se percibía esa brisa un poco nerviosa que caracteriza el acercarse de las fiestas. De vez en cuando me ocurría escuchar alguna conversación: “Este año también nos toca”, decía una señora con una expresión amargada en el rostro. “Juro que será la última vez, el año que viene nos marchamos el 23 y si te he visto no me acuerdo”. ¡Parecía que en vez de una fiesta estuviese a punto de abatirse una catástrofe natural!. Se "deben" comprar regalos para la fastidiosa suegra, para el sobrinito que apenas si se conoce, para la cuñada que se ve constantemente y resulta insoportable; en vez de alegría, hay una sensación de constricción. La fiesta de la Navidad, en otras palabras, habiendo perdido para la mayoría su sentido religioso, se ha transformado en una especie de pequeño infierno, en una guerrilla de malhumores familiares que se arrastra mucho más allá del día de Reyes.
El humor de fondo que impregna estos tiempos es el descontento. Todos están descontentos y el único remedio que se pone a tal descontento es la queja. La gente se queja de la navidad, y, quejándose, acude a ofrecer regalos; se compran apresuradamente objetos que en la mayor parte de los casos son inútiles y a veces incluso costosos, objetos que muy probablemente dirán, a quien los reciba, solamente esto: que la convención se ha respetado dócilmente. Pero hacer un regalo es un acto mucho más complejo que acudir deprisa a una tienda y atrapar algunas cosas. A fin de encontrar un objeto para una persona querida hay que perder bastante tiempo y saber abrirse a los pensamientos y a la sensibilidad del otro.
¿Hay cosa más triste, efectivamente, que desenvolver un paquete y encontrar adentro algo que no nos atañe para nada? ¿Te acuerdas del regalo que te llevé al aeropuerto, la primera vez que nos separamos durante un largo periodo? Era un dibujo a lápiz, el dibujo de dos pequeñas lechuzas con los ojos abiertos de par en par. Cierto día me habías dicho: “Yo soy así, quiero verlo todo, entenderlo todo, jamás me canso de mirar a mi alrededor”. Así se me ocurrió la idea de la lechuza, la antigua imagen de Atenea: La sabiduría. Aunque hacía tiempo que no dibujaba, cogí el álbum y los lápices y trabajé a lo largo de toda una semana. Cuando hube acabado, escribí detrás: “Aquí estamos, dos pequeñas lechuzas con los ojos siempre abiertos en la noche”. Cuando, meses más tarde, regresaste de África, trajiste contigo dos antílopes tallados en madera. En este momento están junto a mí sobre el escritorio, se miran a los ojos entre sí con expresión atenta. “Somos nosotras dos”, habías dicho al entregármelos, “tenemos las mismas piernas largas, correremos lado a lado hasta el final de nuestros días”.
¿Cuánto valdrán, en términos de dinero, nuestros regalos? Seguramente una cifra irrisoria. Pero tienen un valor inmenso en la memoria afectiva de nuestras existencias. Aquí, en el mundo opulento del Norte, de este Norte que se queja de la esclavitud de los regalos navideños, somos extremadamente pobres: ricos en objetos pero casi muertos por dentro. Si cierro los párpados y pienso en el hombre moderno, se me ocurre pensar en un arbolito que hace años crecía, o, mejor dicho, intentaba crecer, en la acera delante de mi casa, en Roma. Recuerdo que era una adelfa porque, cierto día, en primavera, probablemente reuniendo todas sus fuerzas, ofreció a las miradas de los transeúntes dos florecillas rosadas. Su tronco era endeble y estaba negro por el hollín, en la base no le habían dejado espacio suficiente para respirar.
En otras palabras, aquel árbol no vivía, se esforzaba por sobrevivir. A su alrededor pasaban a toda velocidad autos y ciclomotores con el escape abierto; por la noche, las tiendas y restaurantes de los alrededores descargaban la basura a sus pies. De vez en cuando el viento depositaba alguna bolsa de plástico para adorno de sus ramas. En aquella limitada y humillante condición ambiental el proyecto del árbol no podía desarrollarse: nada de raíces, nada de respiración, nada de copa. Yo sentía compasión por aquel árbol, por aquella forma potencialmente noble que estaba reducida al espectro de sí misma. Compasión porque el destino que se veía forzado a vivir no era su destino, no era el destino para el que había sido creado.
¿Es realmente muy distinta la condición del hombre? No lo creo; cuanto más miro a mi alrededor, más veo a seres humanos que se han desviado de su destino; seres humanos sin raíces y sin copa; seres humanos que narcisísticamente creen amarse y, en realidad, se desprecian; seres humanos descontentos de todo pero incapaces de admitir que el primer y mayor descontento proviene justamente de su propia pasividad."

Susanna Tamaro "Querida Mathilda"