jueves, marzo 18, 2010

El Constructor de Mapas




Hace casi dos mil años, hubo un emperador en China que vivía obsesionado por la idea de cartografiar sus dominios.Había mandado levantar una maqueta a escala de China en una isla construida a tal efecto en uno de los lagos de su imperial hacienda, isla cuya construcción le costó una fortuna y la vida de varios de sus súbditos (las aguas de aquel lago eran frías y profundas). En dicha isla, las montañas eran del tamaño de una topera y los ríos como el más pequeño de los arroyos. El emperador tardaba una hora entera en recorrer el perímetro de su isla.

Cada mañana, con las primeras luces del alba, un centenar de hombres nadaban hasta la isla para reparar y reconstruir con sumo esmero cualquier detalle que hubiera podido verse alterado por las condiciones meteorológicas, las aves o una crecida inesperada de las aguas del lago; también eliminaban o remodelaban aquellas áreas que representaban territorios que habían sufrido inundaciones, terremotos o corrimientos de tierras, para que la maqueta fuera en todo momento una réplica exacta de la realidad.

Durante casi un año, el emperador se dio por satisfecho con esto, pero después sintió renacer de nuevo el descontento y, en el duermevela que precede al sueño, comenzó a idear otro mapa, pero esta vez a escala uno: cien. Es decir, un mapa que reproduciría todas y cada una de las cabañas, casas y palacios del Imperio, cada árbol, cada monte y cada animal, a una centésima parte de su tamaño.

Era un proyecto titánico, y hacerlo realidad supondría esquilmar las arcas del Imperio. Harían falta más hombres que estrellas hay en el firmamento: cartógrafos, topógrafos, agrimensores, censistas, pintores; y también maquetistas, alfareros, albañiles y artesanos. Serían necesarios al menos seiscientos soñadores profesionales para revelar la naturaleza de cuanto permanece oculto bajo las raíces de los árboles y en la profundidad de las más profundas cuevas y fosas marinas —pues el mapa, para ser perfecto, debería contener no sólo el Imperio visible, sino también el invisible.Ése era el proyecto que tenía en mente el emperador.

El ministro de su mano derecha trató de disuadirle una noche, mientras paseaban por los jardines del palacio, bajo una inmensa luna dorada.

—Debo advertir a su Alteza Imperial —comenzó el mi-nistro de la mano derecha— de que esta nueva empresa es...

Y en este punto, le faltó valor para seguir. Una carpa plateada turbó la superficie del estanque, rompiendo el reflejo de la dorada luna en mil lunas diminutas y, después, aquellas lunas volvieron a fundirse para formar un solo reflejo dorado, que quedó flotando sobre las aguas teñidas de cielo, un cielo tan rabiosamente purpúreo que a nadie podría parecer negro.

—¿Imposible? —preguntó el emperador, en tono afable.

Cuando un emperador o un rey se muestra así de afable, hay que echarse a temblar.

—Todo cuanto el emperador desea es siempre, y por su propia naturaleza, posible —replicó el ministro de la mano derecha—. No obstante, será oneroso. Para sufragar un mapa de esas características haría falta todo el tesoro imperial. Su Majestad tendría que evacuar ciudades y aldeas enteras para poder disponer de un lugar donde construirlo. Sus herederos serían demasiado pobres para gobernar el país que Su Majestad les legaría. Como consejero suyo que soy,faltaría a mi deber si no le advirtiera del riesgo que corre.

—Es posible que tengas razón —dijo el emperador—. Es posible. Pero, aun suponiendo que siguiera tu consejo y me olvidara del mapa, la idea me atormentaría de por vida, y me impediría paladear la comida y el vino. El emperador se detuvo. Desde un lejano confín de los jardines, les llegó el canto de un ruiseñor. —Pero este mapa —le dijo el emperador, en tono confidencial— no es más que el principio. Porque, antes incluso de que esté terminado, volveré a sentir este mismo anhelo y empezaré a fraguar la que ha de ser mi obra maestra.

—¿Y cuál es esa obra maestra? —preguntó, cauteloso, el ministro de la mano derecha.—Un mapa de mis dominios en el que cada casa estará representada por una casa a tamaño natural; cada montaña, por una montaña de igual altura; cada árbol, por un árbol del mismo tamaño y especie; cada río, por un auténtico río; y cada hombre, por un hombre de carne y hueso.

El ministro de la mano derecha se inclinó con gran ceremonia y siguió al emperador hasta el palacio imperial, manteniendo en todo momento la distancia de rigor, y sumido en una profunda reflexión.

Cuentan las crónicas que el emperador murió mientras dormía. Así consta en el archivo imperial y así sucedió, aunque cabría señalar también que alguien le asistió en su último trance; y a su hijo primogénito, que le sucedió en el trono, no le interesaban lo más mínimo los mapas ni la construcción de mapas.

La isla que había en mitad del lago fue transformada en una reserva de aves salvajes. Perforaron las diminutas montañas de barro con el pico para hacer sus nidos, y las aguas del lago fueron erosionando la isla y, con el tiempo, la deshicieron por completo, y sólo quedó el lago.

El mapa desapareció, y también su constructor, pero el país siguió viviendo.

Neil Gaimann "Objetos Frágiles"
Música: Armand Amar "La Génèse"

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