miércoles, noviembre 15, 2006

Os Cores do Sol

Hace años que nadie me regalaba flores, de hecho me las han regalado una sóla vez y el motivo fue bien diferente, para suavizar la falta cometida por una memoria selectiva. Pero el jueves pasado volvió a ocurrir: la pareja malagueña (y es que Haykus tiene muy buena memoria) recordaron una conversación en las que les confesaba que me moriría de vergüenza si un desconocido se plantaba en mi trabajo con un ramo de flores. En la nota me decían que como no me gustaba que cualquiera me las enviara, me las traían ellos. He de confesar que mientras las preparaba para ponerlas en un jarrón se me escaparon un par de lagrimones, no se porqué, si por algún recuerdo del pasado o por el calorcico que me estaban dando en el presente y es que nunca nadie se había tomado esa molestia libremente, simplemente por el mero hecho de hacerlo y que yo fuera el centro de esas atenciones...la verdad, no estoy acostumbrado.
El regalo de las flores, de la noche serrana, de la compañía me hicieron sentir un calor que no tenía nada que ver con el que ofrecía el generoso fuego que crepitaba en la chimenea al son de las castañas asadas. Esos ojos que descubrí no hace mucho (que se han convertido en mi droga y tienen el don de apaciguar mi alma) escudriñaron mi cuerpo, me removieron por dentro y me hicieron sentir que todo estaba en su sitio, que nada malo podía ocurrir, que el mundo estaba en orden, al menos el mío.
Unos días antes estuve siguiendo la pista al pingüino que sé que andaba perdido por algunas sierras y luego se escapó a visitar la ciudad de las mil puertas, pero ni en un lado ni en otro encontré rastro. Pero ya que me encontraba por aquellos lugares y en la mejor de las compañías, nos aventuramos a descubrir los tesoros que se encontraban al girar aquellas calles estrechas, sus recovecos, sus aromas, aquellas noches con embrujo moro, castellano y hebreo y sobre todo con sus buenas tapas. Y es que desde mi última visita (hace ya años) la ciudad había crecido en muchos aspectos y las buenas costumbres del sur se habían exportando a otros territorios más lejanos...(¡Qué roscas de pisto con lomo y qué bombas!).
Cervantes nos recibió frente al Arco de la Sangre la primera noche de incertidumbre, de prisas, cansancio y un hambre voraz y Cervantes nos despidió el último día cuando el "heaven's open", cuando el verde de los jardines de palacio se mezclaba con ese olor que tanto me gusta a hierba y tierra mojada, ese verde que acompañaba a esos ojos color avellana que bailaban de frío, modorra y que sin embargo trasmitían tanto calor. Y de nuevo, totalmente embriagado y con los cinco sentidos embotados, decidí que podía haber muerto en ese preciso instante, morir porque estaba vivo, VIVO.


No hay comentarios: