miércoles, octubre 25, 2006

Otoño

Nubarrones llevan amenazando lluvia todo el día y el típico viento que suele acompañarles siempre en esta ciudad, donde los paraguas son meros objetos decorativos en mitad de las calles o en los contenedores. Las mismas nubes nos acompañaron todo el camino recorriendo la increible sierra que hacía años no visitaba. Es curioso como el paso del tiempo tiende a suavizar y endulzar los recuerdos, cómo ese pantano repleto de gente y el sol brillando en el cielo, se había convertido en una charquilla practicamente rodeada de zonas calcinadas, pero claro, eso no se debe precisamente a los recuerdos, sino a la mano del estúpido "homo sapiens". No hace mucho regresé a uno de los lugares de mi niñez, donde crecí, pasé parte de mi adolescencia y comencé a desubrirme un poco, a hacerme tal y como soy hoy. Era un reto que tenía conmigo mismo, quería descubrir si ese sentimiento añoranza y morriña que me había acompañado siempre que lo visitaba persistía, si era cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y me llevé una sorpresa: todo parecía diferente, más pequeño, como si no formara parte de mi, como si fuera un sitio nuevo, o más bien yo era una persona diferente, había crecido en todos los sentidos. Fui capaz de disfrutar de unas cañas y unas tapas sin aferrarme a esos recuerdos de calor insufrible, de helados y películas prohibidas en el cine de verano. Me recibía y me sentía cómo un turista cualquiera, pero un visitante que secretamente conocía por el mapa de sus propios sueños el diseño de sus calles, las caras de sus gentes, el acento de sus voces...El fotograma color sepia que estaba impreso en mi cabeza del lugar se había llenado de color, era un sitio distinto, yo era alguien distinto. Como un rayo atravesó mi mente esta misma idea mientras disfrutaba del paraiso a veces color verde, a veces avellana el sábado pasado, mezclado con el aroma de los pinos calentados por el sol y otras frangancias que se están quedando impregnadas en mi piel.

En los olivaritos,
niña, te espero
con un jarro de vino
y un pan casero

¡Ay, qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!

Por tu amor me duele el aire,
el corazón
y el sombrero.

¿Quién me compraría a mí
este cintillo que tengo
y esta tristeza de hilo
blanco, para hacer pañuelos?

¡Ay, qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!

Federico García Lorca

1 comentario:

javi-al dijo...

Pues si parece que el otoño llego, se acabó el verano hasta el año que viene.
Cambiando de tema, como creo que te dijo Juande, estamos planificando viaje a Granada. A ver si coincidimos por el msn y buscamos una fecha que nos venga bien a todos (se han apuntado tambien unos amigos) a ser posible en diciembre o enero.